Cuando FURRO OBESO emergió de los abismos oceánicos al ser perturbado por el primer Moisés, de la raza reptiliana, el mundo se movió. Decía, cuando Moisés el lagartón que hacía incisiones en láminas de piedra, decía, cuando tal tío cojonudo abrió un sendero en las aguas para ir a tomar mate con Don Chtulu, decía, FURRO OBESO pensó que sería buena cosa establecer canales virtuales de diálogo en lugar de bifurcaciones marítimas antinaturales.
Con máquinas fantasmales que se invisivilizaban para romper las bolas y que se las lleven por delante las aves que navegaban los cielos, se conjuraron tecnologías y plataformas estrafalarias, como el precario chat marítimo del Ares y las atávicas entidades del abismo se enterraban en envirusados archivos y escuchaban las melodías de "Simp Bizquit". Hipnotizados por la banalidad, engordaron y engrasaron sus poderes. Y bajo la premisa "Pasen unos buenos momasos" empezaron la temprana arquitectura de "bai"en una precámbrica torre de Babel que fue derruida por las primeras bombas nucleares, miles de años antes de las que crearon los hombres en el siglo XX. Estos mecanismos (el Ares, bai) se mantuvieron latentes hasta que el caos reptante (Nyarlathotep es su nombre) se los trajo a los hombres para que los usen de modo irreverente y poco relevante y así, reírse de ellos y de sus intentos de supervivencia primero y de trascendencia después. ¿Absurdos? Quizá.
Pero el caos reptante se divierte.