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Sin Nombre, firme junto a BaI@Casi al instante
: 23/06/20(mar)00:08:16
ID:t7f/JS0Za
Un pedazo de historia. La historia no se repite pero rima.
>No es posible saber con certeza qué condiciones fueron las que llevaron a un grupo de senadores a pensar en el asesinato de César. Los intentos de establecer un régimen autocrático tal vez tuvieron mucho que ver, pero no se puede descartar que hubiera otras motivaciones no tan nobles.
>El solo hecho de que un número relativamente alto de senadores estuviera dispuesto a participar en el complot y a matar a César en el propio senado —lo que constituía un sacrilegio— da muestra del estado de cosas al que se había llegado.
>Los últimos acontecimientos acaecidos y, en particular, el rumor de lo que se preparaba para el 15 de marzo en el Senado, motivaron que lo que quedaba de la facción optimate y, entre ellos, Gayo Casio Longino, decidiesen pasar a la acción. Gayo Casio Longino se dirigió a algunos hombres en los que creía poder confiar, y que a su juicio compartían su idea de dar muerte al dictador librando así a Roma del destino que él creía que le esperaba: un nuevo imperio cosmopolita, dirigido desde Alejandría.[110]
>Sin embargo, Gayo Casio Longino no era probablemente el hombre adecuado para ser la cabeza visible de este tipo de acción, y se acordó tantear a Marco Junio Bruto, considerado como el personaje indicado para este papel.[110]
>Se especula que, tras una serie de reuniones, ambos estaban de acuerdo en que la libertad de la República estaba en juego, pero no tenían los mismos puntos de vista de cómo actuar; Marco Junio Bruto no pensaba asistir al Senado el día 15, sino que abogaba por la protesta pasiva (la abstención); pero Gayo Casio Longino le replicó que como ambos eran pretores, podían obligarlos a asistir. Entonces respondió Bruto: «En ese caso, mi deber será, no callarme, sino oponerme al proyecto de ley, y morir antes de ver expirar la libertad». Gayo Casio Longino rechazó de lleno esta solución, pues entendía que no era dándose muerte cómo se iba a salvar la República, y lo exhortó a la lucha, a pasar a la acción. Su elocuencia terminó por convencer a su interlocutor.[111]
>El nombre de Marco Junio Bruto atrajo varias adhesiones valiosas, no en vano se decía descendiente de aquel otro Bruto (Lucio Junio Bruto) que había dirigido la expulsión del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio en 509 a. C.; entre otras adhesiones a la trama, se produjo la de Décimo Junio Bruto Albino, un familiar del dictador, en quien este tenía entera confianza. En total, el número de los conjurados parece haber sido de unos sesenta. Durante las reuniones preliminares se elaboró un plan de acción. Se decidió por unanimidad atentar contra César en pleno Senado. De este modo, se esperaba que su muerte no pareciera una emboscada, sino un acto para la salvación de la patria, y que los senadores, testigos del asesinato, inmediatamente declararían su solidaridad.[112] Los planes de los conjurados no solamente preveían el asesinato de César, sino que además deseaban arrastrar su cadáver al Tíber, adjudicar sus bienes al Estado y anular sus disposiciones.[113]
>Hay que tener en cuenta que las motivaciones de los magnicidas eran muy heterogéneas, ya que los había movidos por un auténtico sentido de salvación de la República y estos se les habían unido otras personas movidas por el rencor, la envidia, o por la idea de que si César acaparaba las magistraturas, a ellos no les tocaría nunca llegar al poder.[114]
>También se debe señalar que muchos de los conspiradores eran ex pompeyanos reconocidos, a los que César había perdonado la vida y la hacienda, incluso confiando en ellos para la administración del Estado (Casio y Bruto fueron gobernadores provinciales, nombrados por César)
>En los idus de marzo del año 44 a. C., un grupo de senadores, pertenecientes a la conspiración arriba citada, convocó a César al Foro para leerle una petición, escrita por ellos, con el fin de devolver el poder efectivo al Senado. Marco Antonio, que había tenido noticias difusas de la posibilidad del complot a través de Servilio Casca, temiendo lo peor, corrió al Foro e intentó parar a César en las escaleras, antes de que entrara a la reunión del Senado.[116]
>Pero el grupo de conspiradores interceptó a César justo al pasar al Teatro de Pompeyo, donde se reunía la curia romana, y lo condujo a una habitación anexa al pórtico este, donde le entregaron la petición. Cuando el dictador la comenzó a leer, Tulio Cimber, que se la había entregado, tiró de su túnica, provocando que César le espetara furiosamente "Ista quidem vis est?" «¿Qué clase de violencia es esta?» (no debe olvidarse que César, al contar con la sacrosantidad de la tribunicia potestas, y, por ser Pontifex Maximus, era jurídicamente intocable). En ese momento, el mencionado Casca, sacando una daga, le asestó un corte en el cuello; el agredido se volvió rápidamente y, clavando su punzón de escritura en el brazo de su agresor,[f] le dijo: «¿Qué haces, Casca, villano?», pues era sacrilegio portar armas dentro de las reuniones del Senado.[117][118]
>Casca, asustado, gritó en griego ἀδελφέ, βοήθει!, (adelphe, boethei! = «¡Socorro, hermanos!»), y, en respuesta a esa petición, todos se lanzaron sobre el dictador, incluido Marco Junio Bruto.[118][119] César, entonces, intentó salir del edificio para recabar ayuda, pero, cegado por la sangre, tropezó y cayó. Los conspiradores continuaron con su agresión, mientras aquel yacía indefenso en las escaleras bajas del pórtico. De acuerdo con Eutropio y Suetonio, al menos 60 senadores participaron en el magnicidio. César recibió 23 puñaladas, de las que, si creemos a Suetonio, solamente una, la segunda recibida en el tórax, fue la mortal.[118]
>La leyenda cuenta que Calpurnia, la mujer de César, después de haber soñado con un presagio terrible, advirtió a César de que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia diciendo: «Sólo se debe temer al miedo».
Sí, precisamente esa fue la primera secessio plebis baisani, uno de los más antiguos testimonios de alzamientos contra la autoridad, que recordamos gracias al historiador Tito Livio.
En el siglo VI a. C. fue depuesto el último rey en Roma, Tarquinio el Soberbio. En su lugar se estableció por primera vez la república. Diez años más tarde, el poder de la república se lo repartían un puñado de senadores patricios (la clase alta), quienes ostentaban toda clase de comodidades y privilegios, en tanto los plebeyos (la clase baja) no gozaban ni de un solo derecho alguno, mucho menos de participación en el gobierno.
En años anteriores muchos plebeyos que vivían de la agricultura en las afueras de Roma habían perdido sus tierras a causa de las pestes y las invasiones foráneas, viéndose forzados a migrar a la ciudad. La clase plebeya original estaba compuesta enteramente por esclavos y prisioneros de guerras libradas en tiempos remotos, pero a estos se les fueron sumando los campesinos desheredados que caían en desgracia y se asentaban en Roma. Así se fue formando una periferia en la ciudad, en donde había poco acceso al agua, nula ventilación en muchos hogares, escasos baños, y por consiguiente, muchas enfermedades. La esperanza de vida era muy baja para los plebeyos. Aquellos que no se dedicaban al crimen lograban subsistir en base a préstamos que los patricios les otorgaban, y por los que luego eran encarcelados por no poder pagar los elevados intereses. Otros acababan vendiéndose como esclavos en el mercado, prostituyéndose en peligrosos burdeles o enlistándose en la milicia para morir en la guerra sin gloria alguna.
Para colmo, Roma conquistaba cada año más territorios de la península itálica, pero en lugar de repartir estas tierras entre la población plebeya para disminuir el desempleo, los predios siempre eran repartidas entre patricios que luego compraban esclavos en el mercado para que trabajasen sus fincas.
Este fue el escenario en el que surgió una de las primeras protestas contra la clase alta en la historia. Un día los plebeyos se unieron y marcharon hacia la plaza de la ciudad alzando sus rastrillos y antorchas. Por supuesto, esto causó mucho desorden en el senado. Algunos senadores optaban por negociar con los plebeyos, otros más sabios aconsejaban ceder ante las demandas. Sin embargo, la mayoría conservadora se negaba ni siquiera a escuchar las demandas del pueblo y aconsejaban reprimir a los atrevidos cuanto antes.
En medio de este escándalo los enemigos de Roma comenzaron a conspirar para aprovecharse de este episodio de disparidad y llevar a cabo una oportuna invasión. Entonces el cónsul, el representante del senado, salió a la plaza a conversar con los sublevados. "Este no es el momento para revueltas" dijo a la multitud el cónsul Publio. "Nuestros enemigos planean invadir del país, y es deber de todos unirnos y defender nuestro hogar". Lo que el senador hizo acá fue algo que los políticos siguen haciendo inadvertidamente hasta el día de hoy: apelar al patriotismo de las masas para ocultar el conflicto de clase implícito.
Los plebeyos, varios de ellos soldados, se armaron contra los invasores y lograron repelerlos con facilidad. Pero al volver a Roma se toparon con amargas noticias: el senado había resuelto no mediar nada con los plebeyos, y cualquier oposición enfrentaría un severo castigo.
El pueblo estaba enfurecido, naturalmente, y entonces un joven plebeyo de nombre Lucio propuso abandonar Roma en masa y dejar a los patricios a su suerte. Ya nada los ataba a su patria. ¿Qué sería de los patricios sin campesinos que trabajaran sus tierras, sin carpinteros que diseñaran sus muebles, sin sastres que confeccionaran sus túnicas y sin obreros que construyeran los caminos? Este es el primer registro documentado de la historia en que la clase baja se entendió a si misma como más imprescindibles que los políticos, más que los dioses incluso.
El pueblo marchó a un monte a las afueras de Roma y se asentaron allí varias semanas. En un principio los patricios aún se mostraban reticentes ante la idea de negociar con los plebeyos, y resolvieron importar sus bienes. La deuda que Roma amasó en este período de tan sólo semanas ascendió a tal grado que finalmente, motivados por las grandes pérdidas económicas que se avecinaban, el senado, por unanimidad, decidió ceder. A cambio de que volvieran a la ciudad, los patricios se comprometían a ofrecer representación a los plebeyos en el senado, haciéndolos parte de la toma de decisiones. Así surgió la figura de los tribunos, los representantes de la clase baja en el gobierno.
Este fue tan sólo el primer episodio de una larga lucha por la conquista de los derechos plebeyos que se extendió varios siglos. Aunque algunos dirían que continúa hasta el día de hoy. De cualquier modo, es importante notar que las mismas condiciones que motivaron el primer alzamiento plebeyo en la historia, son materialmente las mismas condiciones que siguen motivando las protestas de clase en todo el mundo hasta el día de hoy.