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memorias que aun no acontecen (2 respuestas)

1 : Riffs : 20/08/13(mar)16:14:34

Calor, encierro, humedad.
Era lo único en ese estrecho compartimiento. Eso y fierros, y el respectivo olor a fierro oxidado, húmedo y caliente. El overol café reglamentario no hacía mucho por mejorar la situcación, por eso lo usaba hasta la cintura, las mangas de correa; una camiseta sin mangas no era protección ante las fugas de vapor, pero prefería la agilidad, además, sólo iba de paada.
La caldera, situada en popa, era la última escala antes de salir por la escotilla superior. Ya se acaba la escalera y no hay fugas; más que un dia con suerte, un viaje con suerte, 1000km ida y vuelta y la vieja y desvencijada Arita no había tenido fugas ni bajas de presión ni hélices atoradas. La última pasada donde Jimenez fue la medicina que necisitaba.
En el remanso de salida se aperó con el overol, se puso bufanda y caló las antiparras. Desde que se había embarcado hace 2 años en la Arita, ése había sido su puesto preferido y se había convertido en la pega que mejor hacía. Tomó las banderolas y abrió la escotilla a la vez que se aseguraba el arnes con un nudo.
El pelo negro arremolinado por los vientos, el traje parche sobre parche y las antiparras de cuero le daban un toque clásico al salir envuelto en vapores a través de la puerta de remaches.
Allá abajo se abría el gran desierto, a la orilla de la ciudad, recuerdo silente de otros tiempos. Se encaramó sobre el dorso de la nave para dirigirse a la torreta de señales. El sencillo código serviría para coordinar el anclaje de la nave al puerto; procedimeinto de rutina, casi una jugarrtea con la Arita reparada y el viento del Pacífico aún sereno. Por la orejeta de bronce se escucha la voz del capitán, el descenso comienza en unos minutos.
Para la tripulación, es el fin del viaje, la descarga corresponde al puerto, a ellos la cerveza, pero para él, éste es el momento que paga el viaje: cierra la orejeta, trepa al techo de la torreta y siente los vientos que lo rodean mientras supera por un escaso metro los globos de hidrógeno de la nave. Amo de todo lo que su vista abarca, contempla la pequeña ciudad puerto, al borde de la pampa, luego las montañas bajas, la pampa misma y la gran muralla como fondo, refulgiendo con el sol de la tarde; da media vuelta y ahora contempla a su izquierda a Merta, el gigante de roca que protege a las ciudades, a sus pies a la ciudad agrícola que vive de la escaza humedad, al borde mismo de la extinta costa, que se extiende por varios kilómetros antes de caer abruptamentente a la fosa y al fondo, como plata líquida, marcando el final de la tierra, el Océano.

La voz del capitan en la orejeta lo devuelve a la realdiad, a tiempo, pues la nave vira rápidamente a babor y comienza el descenso. La visión del desierto desde una aeronave es algo que sólo los navegantes pueden contar y era la principal razón por la que se había unido a la tripulación. Días de viaje para ver la tierra desde el lugar más alto que conocía durante un par de minutos, era paga suficiente.

Unos quince minutos después, la nave estaba atracada a la estructura metálica y volvía a la caldera y su olor a metales humedos y calientes.

2 : : 29/07/15(mie)23:35:19

Segundo.

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