Sobre sexos y géneros:
Esta semana he decapado (quitado la pintura) y repintado las paredes de azulejos de mi cocina. La anterior pinté el techo del baño, y tengo aún que ajustar la tapa del inodoro.
Vivo con 3 hombres, no me ayudaron.
Porque no tenían que ayudarme. Yo era la única que tenía tiempo para hacerlo, ellos trabajan fuera de casa. Y me gusta hacerlo. No tenían que ayudarme porque no necesitaba ayuda, porque los 4 somos iguales.
Me detuve a pensarlo, con una sonrisa, pensando en que más tarde David probablemente volvería con cervezas del trabajo o Manu me traería patatas fritas en un cono, diciéndome que son flores belgas. Y que seguramente tendría yo que abrir el bote de mayonesa porque la tapa no cede.
Cada vez suena más fuerte en los medios, feminismo. Suena a fémina, algunas personas lo celebran y otras se cagan de miedo. Yo no sabía que mi estilo de vida tuviera nombre, ni sabía que era un tema de debate, ni que había que pelearse por ello. Mis padres nunca me inculcaron ni dejaron de inculcar género, para ellos todo el mundo sabe y puede hacer de todo. Si tengo que definirlos con algo que hacen bien, mi padre es cocinar y mi madre es conducir. Me educaron machacándome con una sola idea: haz todo lo que puedas en la vida. Haz lo que te guste, equivócate, aprende siempre, viaja, conoce a tantos chicos como puedas, rómpete el corazón y rompe tú muchos, déjate querer, ten todos los empleos, márcate objetivos. Jamás mencionó nadie en mi entorno que eso dependiera o no de ser chica.
Que la vida de una persona sea una carrera de errores, no de aciertos.
No puedo imaginar una mejor manera de educar, animándo en su misión, sea esta construir túneles en el parque o tener todos los pintauñas rosas que existen en el mercado. O mejor, las dos cosas a la vez.
Me abrieron un libro y me dijeron: esto es el mundo, tú estás dentro y puedes hacer lo que quieras. Si en algún momento felicitara a mi madre por ser diestra con el taladro me preguntaría si he bebido. Porque no hay felicitaciones que valgan, no hay ayuda que valga, no hay reconocimientos que se necesiten cuando se trata de funciones históricamente asignadas a géneros.
Aquí todos podemos hacer de todo, y yo puedo ser la que tenga que comer el trozo de pollo más grande a la mesa si hoy he trabajado mucho, no el hombre de la casa. ¡Y viceversa!
Eso es el feminismo, según he aprendido. Todos iguales.
Asociar capacidades, tareas o destinos a las personas por el sexo con el que nacieron es absurdo y roza el humor. ¿Lo bueno de esta estupidez? Hacerlo evidente es mi trabajo hoy en día.

Por cierto, si algún día os falta quitaesmalte, el decapante industrial va de lujo.