Estando más frustrado que de costumbre con mi trabajo, llegué al extremo inusual de tener que contener las lágrimas para no ponerme a llorar en el acto. Y cuando me di cuenta de que si abría la boca para decir cualquier cosa no iba a poder contener más las lágrimas, preferí dejar todo tirado y salir caminando rápido de la oficina. Entonces, echado en el pasto, me eché a llorar. Lloré formidablemente por un par de minutos, y luego me sobrevino un sentimiento de paz enorme. El rubor y las lágrimas cayendo sobre la piel rememoraban un extraño sentimiento de tranquilidad y nostalgia. No había llorado en años, reflexionaba, y mientras lloraba me sentí raro, como si no supiera si lo estaba haciendo bien, como si hubiera olvidado cómo se llora. ¿Qué tan triste es eso? Olvidar cómo llorar. El pensamiento me dio risa, y al cabo de un rato, ya estaba listo para volver a sentarme en mi puesto a escuchar a los hombres brutos discutir sobre costos, valores, calidad de servicio, y otras tonterías que en el gran orden de las cosas carecen de todo valor.

No olviden jamás lo bien que hace llorar, y siempre que puedan, y quieran, no se contengan de llorar un rato. Tal vez no lo parezca así al principio, pero a la larga se sentirán mucho mejor.