Tú, cerdo capitalista, tienes miedo.
Tú, sucio obrero, tienes miedo.
Tú, anarquista, tienes miedo.
Tú, filósofo, tienes miedo.

Y al resto de infraseres que faltó etiquetar. Miedo a perder el dinero. Miedo a perder el empleo. Miedo a perder la libertad. Miedo a perder el sentido de la vida.

Y a ti, informático. Que aunque tu confinamiento no haya variado tu estilo de vida, también. Miedo a que colapse Internet.

Algo tenemos en común por fin, sin estar muertos todavía. Todos cagados. Todos corriendo en círculos. Esta vez no le puedes echar la culpa a tu enemigo de siempre. Eso te descoloca. Ya no hay opresiones simbólicas. Leer ahora a los panfletistas con el monotema diario provoca vergüenza ajena. Ha quedado pasado de moda al instante. Es como escuchar a los músicos mientras se hunde el barco, porque era lo único que sabían hacer. La revolución será biológica o no será. Los valores refugio son 4 paredes y un techo, como antes de existir la edad de los metales.

Tremendo papel higiénico. Estandarte de guerra, centinelas de balcón. Las cárceles urbanas autogestionadas llamadas hogares. La revolución tras la puerta hacia adentro, donde eres libre. En un puñado de metros cuadrados con todos los servicios corporativos de los que dependes a golpe de clic. Renta básica universal, para mantener tu nuevo estilo de vida, la revolución idealizada que ahora llega a la comodidad de tu sofá. Todo por los aires. Rompiendo tus principios.

La sociedad no social. Lo mejor de nosotros mismos. El individualismo que no querían darte. La comodidad del hogar las veinticuatro horas. Ser amo de casa, la nueva igualdad. Servicios esenciales ejercidos por obreros rasos, ahora realmente esenciales. Los nuevos héroes que no saludabas ni mirabas a la cara. Nuevos héroes recibiendo aplausos. La farándula vuelve al estilo rural. La ventana indiscreta, ahora con big data. El confinado eres tú.