La recepcionista irrumpe a gritos. La recepcionista es Araceli Bonsai. Quiere dólares y quiere saber dónde está su amiga. Su amiga es una momia bicentenaria. Aparece en el aire, se materializa delante de los presentes. Se comunica con telepatía. John Mecos quiere escapar. La geronta lo acusó de robarse los dólares. "¡Yo sólo robo autos! ¡Sólo los hurto! ¡Nunca usé un arma!". Araceli no acepta razones: le salta al cuello y lo muerde como si fuese un pitbull, un bulto pitudo. Pero no duele.
Era una pesadilla.
De ahora en más, John Mecos ya no será quién fue.

El cuerpo del flamante androide convulsiona. Pesadillas post-mortem. El cuerpo se debate, tiene sustancias en rebelión. Deberían descomponerse. Pero no: la turbia alquimia tecnocrática, retiene el alma en una prisión de carne, metal y muchos colores.
John Mecos tiene quince años y huye de la policía, que le hace bowlling con una bazooka que arroja bolas de boliche de goma. Cae en un charco, el charco no tiene final, una vez que atraviesa el espejo de barro. Un científico parecido al doctor Willy de Megaman ensaya con tubos. Hace pesas y flexiones de brazos. Un androide leñador emerge de la oscuridad cantando. "Una cerveza voy a tomar, una cerveza para olvidar y así olvidarme de aquella trampa mortal".
Pero el robot empezó a llorar.
El olvido llegaba, pero no tan rápido.
Algo se diluía en la nada, pero de todos modos, el robot lloraba como un bebé.

No para, sigue sigue. Sigue girando. Huyendo. Corriendo. En una jaula. Sin piernas.Los gorila-chorizo las habían devorado.
Los gorilas-chorizo, tétrica amalgama de simios antiperonistas con chacinados de porcinos. Cuando el dólar en Argentina estaba muy devaluado, los chinos ofrecieron comprar órganos de humanas y humanes argentinas y argentines. ¿Para qué? Para alimentar a los simpáticos chanchos del gigante asiático, cuyos rostros estaban serigrafiados como los de los osos panda sintéticos.
¿Y qué tienen que ver los "gorilas-chorizo"?
Los chinos exigían a los hijos de Adrian Sfag para devorar, puesto que estaban alimentados con caviar, manteca y cero grasas trans. Estos hijos eran un ALIMENTO PREMIUM.
Pero Adrián Sfag necesitaba herederos para que no obtenga su fortuna la inestable Araceli Bonsai. Así que le encomendó al infatigable Doctor LeGüero la creación de unos hijos postizos. Y así nacieron los indomables gorilas-chorizo.
Luego de devorar las piernas del cada vez más mecánico John Mecos, le robaron el celular. ¡Qué choris!

Un caballo robot dio un relincho robótico y John Mecos lo miró, pero el caballo ahora era un pequeño pony. Lo miró mejor y era Araceli Bonsai, transformada en potranca policromada. Le miró el culo equino: tatuaje de arcoiris en su cadera.
John Mecos TENÍA DEVOCIÓN por esas ficticias criaturas. Había ido veinte veces a los encuentros "Furros Argentinos" en Tecnópolis, donde miles de personas y duendes se congregaban disfrazados de animales de dibujos animados. Los ponys copaban la parada. Eran legión.
Los ojos de la bestia femenina se hincharon. Todo su cuerpo se hinchó y relinchó. Tristemente miró a John Mecos y cayó muerta a sus pies.
Todo alrededor se incineró, menos John Mecos. Una blancura infinita inundó todo. Inmune a la explosión, al aturdidor sonido rompetímpanos, John quiso gritar con todas sus fuerzas.
"No tienes fueyes neumónicos, no necesitas oxígeno. Tampoco tienes un dispositivo fonador sémico. Serás un androide silente. El doctor LeGüero necesita un payaso estilo Mister Mime, de Pókemon".
John Mecos pensó con furia "Odio los putos pókemons".
"Y bueno, hermano. A joderse", respondió la fría voz dentro de su cabeza.

¿Es idea mía o la mayoría de este hilo fue escrito por una IA delirante entrenada con wattpads argentinos?

Todo se prendió fuego. Luego apareció una nube de telgopor y empezó a llover dentro de la jaula.
Pero era alcohol lo que llovía.
El fuego volvió a foguear.
Los gorila-chorizo se cocinaron y un sabroso aroma a asado perfumó el lugar.
"Voy a deglutirme una carnicería / carne de calidad / ciento por ciento argentina / voy a desayunar / asado con el parquet."
"No necesitarás el sentido del olfato, pinche narizón culiao" se escuchó dentro del cuerpo de John Mecos y la cálida fragancia a carne asada se interrumpió.
Había que reescribir los recuerdos. El alma quería saber todo. Hambrienta perpetua de razones para vivir y del por qué de las cosas, buscaba en las arcas del pasado, las pistas de su existencia.Pero el doctor LeGüero era un guacho de mierda y lo quería cagar al cadáver de John Mecos. De ahora en más, sería llamado "Androide número 49" o sencillamente "Lord Pichula".
Entonces, el flamante Lord Pichula recordó destellos beodos. Borracheras adolescentes. En una de ellas, durante 4º año, le dijo a una compañera que la quería. La imagen era borrosa. Se parecía a Araceli Bonsai, pero más flaca y con el pelo chamuscado por un mal uso de la plancha para alisar cabello. Ella se rió y le dijo algo. Insolentado, la empujó por la ventana, justo pasaba por allí un CAMIÓN DE VACA y ella gritó "¡Viva Perón!". Todos sus compas se volvieron gordos y sindicalistas, pero el león de Judea liberó esa corrupción con su motosierra de poder, que se asemejaba a una guillotina. Un nuevo reinado como el de Stalin capitalista comenzó.
La compa murió y a John Mecos lo cambiaron al turno nocturno, pero se escapó y hurtó un auto mientras el dueño del auto se comía un choripán en Castañares y Piedrabuena. John salió a la General Paz y chocó contra un árbol. Apareció en un hotel verde, un verde esmeralda. La recepcionista era una gorila-chorizo con dientes de piraña y mofletes de Gaturro. "Otra pérfida aberración del científico culero. Pinche viejo miado [SIC], debe ser sindicalista de los laboratorios, el muy hijo de puta. Qué ganas de romperle las rodillas".
Percibió un zamarreo veloz, pero inocuo. El doctor LeGüero vigilaba sus pensamientos y quiso aleccionarlo con electro-choques. Pero ambos recordaron la nueva insensibilidad post-mortem.
Lord Pichula visionó en un fulmíneo destello al Doctor LeGüero intentando curar la homosexualidad de su hije varón a fuerza de electrochoques. Así lo mató y luego lo convirtió en androide...

Todo se borraba. Todo para el tacho. Memorias que no voy a olvidar, perfumes que me quiero llevar.
Todas las series que vi. Todos los discos que escuché, los que compré usados en la feria que apestaba a "miados" (como decía el Tucu). ¿Quién es el Tucu?
Todo se diluía. No le avisé al profe de zumba que iba a chorearme un auto y huir. No renové el contrato de no sé qué. No le fui a regar las plantas a Choricholga ("¿ese es un nombre o un apodo?").
Araceli Bonsai cantando "el bombón asesino" mientras baila la coreografía de Macarena. "Dale a tu cuerpo alegría Macarena". Luego llora y grita "¡Devolveme la plata!" y arroja un cascote contra el Fiat Gol de Adrián Sfag. Luego el exitoso empresario se compraría el Fiat Twisto. ("Twingo, boludo") ("Ah, sí, se le están desintegrando los recuerdos"). John Mecos (lo que quedaba de él) no era consciente que veía desfilar ese recuerdo por última vez antes de que se extraviara para siempre en la hoguera de reciclaje. "Bueno, no de reciclaje". En la hoguera de recuerdos, el agujero de la memoria.
"Todo está chamuyado en la memoria, depósito del curro de La Chorra". ¿Qué chorra?
El estudio de las series televisivas de bajo contenido intelectual, tantas veces caminado, padecido se estaba desintegrando. Lo conocía hasta borracho y ahora, nada.
Los patéticos sets de "Patito feo: Mirá cómo me ponés", "Somos las divinas, queremos gasolina", "Son de fierro, comen perro", "A: TAV, Argentina: tarumbas, ardidos y volubles".
Bueno, esas series, bien olvidadas están.

Todo se borraba, pero "Nacho" luchaba en el fondo del tacho. Nacho, esa antiquísima serie. En ella, un hombre amante de los furros, se travestía de orca ballena arlequina y coqueteaba con una pre-adolescente. Sí, amigues, encarnada por una Araceli Bonsai con acné, que hacía de colegiala sordomuda, ciega, traste y testaruda. La premisa era nada original, era "La Cenicienta" en formato devaluado de tira televisiva de bajo presupuesto.
Para hacer todavía más estúpida y decadente la subnormal trama televisiva, un maltrazado ser imaginario (pues sólo la co-protagonista podía verlo) usaba un disfraz de Alf o uno del Oso Arturo (según tuviesen que desinfectarlo de alacranes).
En un capítulo que hoy estaría CANCELADÍSIMO, Nacho, el protagonista, intenta hipnotizar a Camelia, el personaje de Araceli. Era, claro, por una NOBLE CAUSA: para que hable, oiga, sonría y qué sé yo qué otro cuánto.
Ante el comando "Relajate" que le encomendara místicamente el geriátrico galán, Camila se empieza a desvestir, lentamente. Vestía harapos, porque era pobre, mientras que el mesmérico y añejo (disfrazado de orca en esta escena también) era multimillonario y del más alto nivel. Terminó la secundaria con un promedio de diez. Ella se plepaló, se puso lenda: El trabajo de cámara era (contra todo pronóstico) MUY BUENO, con planos contrapicados y con una doble que John Mecos en esa época NO PODÍA SABERLO, pero tenía doce años y era la amante del por ese entonces actor, Adrián Sfag.

Otro recuerdo para el olvido, Adrián Sfag ya empresario. Borracho y arrogante, mostrándole abrazado, colgando del cuello de John, en el karaoke, fotos y videos íntimos de Araceli Bonsai después de su sonora ruptura. John Mecos recién empezaba a trabajar en la compañía, pero en el estudio siempre cantaba "Sentate en el pelado". Adrián Sfag, extasiado por el mal gusto de la pieza elegida y de la escasa afinación de John Mecos, invitó a todos al karaoke.
Recordó los primeros días armando y desarmando decorados de utilería, ayudando a los camarógrafos con sus cables para que los actores boludos no se los lleven puestos. Los muy boludos se vivían tropezando con los gruesos cables. Sobre todo ese que tenía la voz toda cascada, ese, ¿cómo se llamaba?
"Relajate y gozá" le dijo una vez a John Mecos, que estaba en coma etílico.
No se acordaba de esto.
Lo recordó y lo volvió a olvidar. ¡Qué capo!
Los gorilas-chorizo comían los recuerdos como si fueran hienas desgarrando la osamenta de una cebra.
Nada. No quedaba nada qué recordar. Los ojos del androide parecían llorar, pero sólo eliminaban el exceso de sal.
"Androide número cuarentaynueve, LORD PICHULA, operativo y funcional" -anunció lo que quedaba de John Mecos.

"Tres renglones por día mantienen alejado al bloqueo del escritor." En el caso de un artista visual o musical, serán tres hojas de bocetos, o tres compases diarios... pero no esperes a la inspiración. Haz lo tuyo. Algo emergerá.