Empecé a escribir una wea. La publicaré en inglés en otro sitio. Díganme si les gusta:

Hay ciertos planes que jamás deberián ser ejecutados. Cervim miraba la leve incisión en el cielo que cortaba el tenue velo entre los mundos. No todos lo entendieron en un principio. Aquel día empezo como cualquier otro, con sus pequeñas tribulaciones y sus pequeñas tragedias y pequeñas victorias en las vidas de personas demasiado pequeñas como para ser mencionadas, y aquel día terminaría como cualquier otro día. Cualquier día siguiente a cualquier otro día seguiría siendo el mismo, en la seguridad del tedio de las pequeñas tribulaciones, de las tragedias y las victorias. Mas este día no es como cualquier otro, porque mañana ya no habrán más días como este último, ni noches ni tribulaciones, grandes o pequeñas.

Como una gota de rocío cayendo sobre un lago, la incisión apenas perturbaba la superficie de la realidad, pero estaba allí, visible, creciendo exponencialmente un poco más cada momento. Cervim trataba de entenderla, pero era imposible; porque tal incisión no correspondía a nuestro mundo ni a nuestra realidad ni a nuestras propias nociones de la física y de lo que es lógico y posible. La incisión no era una apertura, no tenía color ni emitía luz, pero tampoco estaba cerrada ni era acromática ni era oscura. Observarle era una paradoja en sí, como si geometrías imposibles bailasen frente al espejo opaco de la mente.

El sol se oculta bajo el horizonte y la insición cambia. Una leve perturbación en la superficie de la realidad pronto convertida en una tormenta. Cervim observa como en las calles otros entes empiezan a irrumpir en la estructura no euclidiana de la existencia: cosas que caen eternamente sin jamás tocar el suelo, momentos repitiéndose en un bucle eterno, cosas que existen fuera del tiempo y las pequeñas tribulaciones. Algo parecido a una sombra se asomó detrás de una esquina estrecha, pero a diferencia de una sombra, ésta se proyectaba desde un cuerpo imposible de percibir. Pronto la sombra se dispersó en toda la habitación y ésta fue consumida por una oscuridad que no tiene páralelo con ninguna oscuridad terrenal, ya que ésta necesita de luz para existir, y ésta oscuridad imposible era independiente a cualquier luz y cualquier objeto.

La televisión se encendió. El aparato era defectuoso y jamás pudo captar canal alguno. Sin embargo, en la estática Cervim notaba patrones e imágenes que nada tenían que ver con las imágenes que perciben nuestros ojos. Esta vez sin embargo, Cervim fue incapaz de ver algo, ya que un vacío denso ocupaba la pantalla. Sus ojos escucharon una voz que susurraba cosas imposibles, ajenas a cualquier sonido que un oído pudiese entender, y fue entonces que Cervim por primera vez temió haber hecho algo horrible, algo que ningún humano fuese capaz de entender.

Entonces fue que cuestionó sus motivaciones: ¿por qué construyó tales esquemas, tales estructuras, tales ceremonias? Pronto cuestionó siquiera haber hecho esto bajo su propia voluntad. ¿Acaso algo había hecho de él un peón conciente de las limitaciones de un universo cuya infinidad las mentes humanas son incapaces de entender por completo? Tal vez nada de lo que recordase fuese cierto, tal vez ésta nunca fue su casa, tal vez nunca tuvo un televisor, tal vez nunca...

Cervim recordó, en un instante los momentos previos a la aparición de la incisión. Recordó que no estaba tranquilo ni expectante, si no que tan aterrado como ahora. Recordó la culpa y los gritos y la cama teñida de sangre. Recordó a Amelia. Recordó los pilares y las pirámides negras y los soles que no alumbran.

“Qué he hecho...”