Soy
>>2. No me había animado a explicar mi postura pero viendo que hay más personas compartiendo puntos de vista muy interesantes decidí explayarme. Además, estoy seguro de que
>>3 y
>>4 creyeron que mi postura era cretinismo abstencionista y no quiero que se malinterprete de esa forma; sobre todo porque en ningún momento estoy llamando a no participar del proceso constituyente, muchos de mis compañeros cercanos van a ir a votar y estoy seguro de que muchas personas con las que compartí barricada también, y con gusto volvería a compartir barricada con ellos.
En primer lugar, pienso que la discusión de abstencionismo o electoralismo es muy anticuada. Creo que las personas que se enfrascan en discusiones recalcitrantes al respecto realmente están perdiendo el tiempo (como los anarquistas). Hay un elefante gigantezco en la habitación del que no nos estamos haciendo cargo, y del que no nos vamos a hacer cargo volviendo a las viejas costumbres de no hablar de política en la mesa y limitar nuestra participación política a votar cada cuatro años por un candidato que mantenemos en secreto -- y que no les quepa la menor duda de que eso es exactamente lo que va a pasar con la mayoría de las personas el día 25 de octubre a la medianoche. Este elefante es algo que nunca vamos a solucionar mediante la vía electoral: la devastación. En toda América Latina este problema sólo se ha profundizado cuando se ha intentado abordar desde las vías democráticas. La devastación de la vida, en primera instancia, es la explotación laboral y la violencia sistemática hacia las minorías; y no hablo de pequeñas escaramuzas como tal sistema de previsión o tal ley inmigratoria, hablo de la devastación de la vida en el sentido más amplio del término. Puedes reformar mil leyes, pero sabemos bien que quienes están en el poder procuran promulgar tres leyes más por cada ley derogada. Y por otra parte, está la devastación de los territorios, o sea, el extractivismo (IIRSA, etc). Las retroexcavadoras están trabajando día y noche, y necesitamos tomar postura de manera urgente frente a esta situación. Es de interés mencionar que personas que se han dedicado a la lucha contra esta maquinaria han sido perseguidos, encarcelados y asesinados (Caso Bombas, Alejandro Castro, Macarena Valdés, etc). Una lucha de tal magnitud no puede seguir dándose en células dispersas y desorganizadas.
Ahora bien, cuando llega la insurrección es muy fácil perderse en el potencial revolucionario del momento y descuidar los proyectos que a largo plazo nos pueden acercar a la emancipación. Exarcheia no se levantó de un día para otro a partir de una movilización contra el alza del pasaje. Hubo un largo trabajo de propaganda, resistencia y organización detrás. Y eventualmente la insurrección, que no es otra cosa que la lucha de clases en marcha, se termina devorando a sí misma y las cosas vuelven a su cauce. La lucha de clases necesita ser encaminada, porque sino alguien más se aprovecha de esa inercia para restablecer el orden de las cosas. En este caso, un gran clamor por conquistar la dignididad, con exigencias explícitas escritas con pintura en las paredes de toda la ciudad, se redujo a una patética consigna republicana. Una miserable farsa para la gran tragedia que resultó ser el plebiscito de 1989 y sus desastrosas consecuencias, esto es, los treinta años que denunciaban las pancartas.
"Pasan las muchedumbres y sus sangrantes testas / nunca se levantarán en gestos de protestas / y pasan cual rebaños; sólo de vez en cuando / vibra un grito rebelde, que se va desgarrando / sobre la enorme llaga del dolor y se abraza / convulsionando todas las penas de la raza" (algo sobre esta inercia que escribió un joven poeta hace 80 años).
Que las barricadas se vayan a apagar eventualmente es algo inevitable. O que ese ambicioso petitorio inicial se viera reducido en una consigna que poco tiene que ver con las demanadas iniciales (lo que no es de por sí una derrota), es simplemente algo anecdótico. Lo verdaderamente relevante de la revuelta de octubre, que ya había ocurrido meses antes en Ecuador, Nicaragua y Honduras, es la confianza que las personas adquirieron en sí mismas para exigir lo que les corresponde. Cuando volvamos a la rutina que teníamos antes de la revuelta, sólo esa confianza va a ser capaz de irrumpir la normalidad y hacer pedazos el status quo para llevar a las personas a seguir exigiendo lo que les corresponde. Desde luego, si alguien es capaz de encender la llama inicial. Esa es nuestra tarea.
En fin, soy muy desordenado para explicar mis ideas. Pero puesto sucintamente, mi problema con todo este proceso realmente no es si alguien vota o no. Es qué va a pasar contigo el día después de la elección. Si esa es toda la participación política que planeas hacer, entonces estamos perdidos. Mantener viva la barricada implica aprovechar este momento de susceptibilidad a las ideas revolucionarias para hacer propaganda, organizarse y resistir. Yo pienso que ese debería ser el foco, y si te queda tiempo para ir a votar, creo que está bien, no hay nada de malo en hacerlo. En Santa Isabel en los días posteriores a la revuelta, los vecinos de un edificio que nunca habrían interactuado entre sí se organizaron para levantar un huerto en un sitio eriazo frente al edificio, y para juntarse todos los días a tomar el té y conversar ahí. Lentamente, más personas fueron acercándose al espacio, y las ideas políticas comenzaron a surgir. Un espacio tan humilde entre personas comunes vagamente versadas en política tiene más potencial revolucionario que cualquier asamblea universitaria que se autoproclama revolucionaria, a mi parecer. Sólo imaginen cómo peligraría el poder si la ciudad se llenara de espacios así, en cada barrio, en cada esquina.